Wednesday, September 06, 2006
La extraña muerte de los gemelos ginecólogos
Hace catorce años fueron encontrados muertos en su departamento de Nueva York los ginecólogos mellizos Stewart y Cyril Marcus. No se supo de inmediato la causa de su muerte. Se les encontró a uno en su cama y al otro sobre la alfombra en la que abundaban desperdicios de comida, bolsas desechadas de hamburguesas, vasos de cartón, papas fritas a medio consumir: en fin, en medio de la basura y la cochambre. Lo curioso del caso (como luego pudo establecer la policía) es que Stewart murió un martes y Marcus no falleció hasta el sábado siguiente. Quiere decir que uno convivió con el cadáver de su hermano por lo menos tres o cuatro días.
Los gemelos habían estudiado medicina y elegido la misma especialidad: la ginecología, que les permitiría atender exclusivamente a mujeres y en particular embarazadas.
Algo extraño había en su muerte. Por una parte llamaba la atención el hecho de que fueran gemelos (duplicidad que les dio una fecha común de nacimiento y una fecha de muerte también común, más o menos). Por otra, su notoriedad en la comunidad médica a nadie le parecía gratuita. Innumerables veces dieron pruebas de su excelencia como ginecólogos en el prestigioso hospital neoyorquino donde trabajaban.
“¿Habían estado viendo pacientes –y tal vez practicando operaciones quirúrgicas— cuando estaban en el camino de la desintegración mental?”, se pregunta Linda Wolfe en este reportaje que escribió para la revista New York en 1975, y que ahora incluye en El profesor y la prostituta (Anagrama, Barcelona, 1989).
Paciente ella misma de los ginecólogos fallecidos, Linda Wolfe cuenta que cuando le presentaron a uno de los médicos lo sintió distante y remoto, como alguien despegado de la vida: frío y distante.
La primera reacción de la policía fue suponer que eran víctimas de un pacto suicida. No había señales de que alguien hubiera entrado en el departamento. Tampoco había signos de violencia externa en sus cuerpos. Stewart fue encontrado bocarriba en el suelo, desnudo, excepto por los calcetines. Ciryl, con shorts y bocabajo en una gran cama doble. No había la típica nota de los suicidios: sólo un papel en el rodillo de una máquina de escribir con el nombre y la dirección de la mujer con quien Cyril había estado casado y de la que se divorció
dice Linda Wolfe, una de las más inteligentes autoras –como Susan Brownmiller y Shana Alexander— que en los últimos años se han puesto a escribir libros, largos reportajes, sobre crímenes reales.
Entre los datos que pudo averiguar Linda Wolfe destaca la observación de una enfermera que una vez en la sala de operaciones vio a uno de los Marcus quitarle la máscara de anestesia a una paciente y ponérsela sobre su propio rostro, “deseoso de inconciencia y de extinción”.
Los peritajes del médico forense, por otra parte, permitieron descartar incluso la posibilidad de un incesto homosexual y revelaron que lo que había causado la muerte de los mellizos habían sido las drogas (barbitúricos), pero no porque hubieran tomado de manera súbita una gran cantidad, sino porque habían estado tomando grandes cantidades durante un largo periodo y fue cuando dejaron de hacerlo (y sufrieron las convulsiones fatales típicas de la suspensión de barbitúricos) que habían muerto.
No es arriesgado suponer –supone Linda Wolfe— que los dos Marcus sufrieron la misma enfermedad mental al mismo tiempo. Tampoco es necesario preguntarse qué o quién los hizo morir o cuál desilusión. Durante muchos años los hermanos habían sido introvertidos, aislados, suspicaces. En algún momento intensificaron su aislamiento buscando el retiro y el sonambulismo que ofrecen los barbitúricos, y al final optaron por el sonambulismo último de la tumba, o simplemente se volvieron demasiado débiles ante las drogas como para tomar más y resguardarse.
La suya es la historia de un lento arrastrarse hacia la muerte por parte de dos hombres que ya no tenían sino una tenue conexión con la gente… y esa conexión, después de todo, es la vida.
Los gemelos habían estudiado medicina y elegido la misma especialidad: la ginecología, que les permitiría atender exclusivamente a mujeres y en particular embarazadas.
Algo extraño había en su muerte. Por una parte llamaba la atención el hecho de que fueran gemelos (duplicidad que les dio una fecha común de nacimiento y una fecha de muerte también común, más o menos). Por otra, su notoriedad en la comunidad médica a nadie le parecía gratuita. Innumerables veces dieron pruebas de su excelencia como ginecólogos en el prestigioso hospital neoyorquino donde trabajaban.
“¿Habían estado viendo pacientes –y tal vez practicando operaciones quirúrgicas— cuando estaban en el camino de la desintegración mental?”, se pregunta Linda Wolfe en este reportaje que escribió para la revista New York en 1975, y que ahora incluye en El profesor y la prostituta (Anagrama, Barcelona, 1989).
Paciente ella misma de los ginecólogos fallecidos, Linda Wolfe cuenta que cuando le presentaron a uno de los médicos lo sintió distante y remoto, como alguien despegado de la vida: frío y distante.
La primera reacción de la policía fue suponer que eran víctimas de un pacto suicida. No había señales de que alguien hubiera entrado en el departamento. Tampoco había signos de violencia externa en sus cuerpos. Stewart fue encontrado bocarriba en el suelo, desnudo, excepto por los calcetines. Ciryl, con shorts y bocabajo en una gran cama doble. No había la típica nota de los suicidios: sólo un papel en el rodillo de una máquina de escribir con el nombre y la dirección de la mujer con quien Cyril había estado casado y de la que se divorció
dice Linda Wolfe, una de las más inteligentes autoras –como Susan Brownmiller y Shana Alexander— que en los últimos años se han puesto a escribir libros, largos reportajes, sobre crímenes reales.
Entre los datos que pudo averiguar Linda Wolfe destaca la observación de una enfermera que una vez en la sala de operaciones vio a uno de los Marcus quitarle la máscara de anestesia a una paciente y ponérsela sobre su propio rostro, “deseoso de inconciencia y de extinción”.
Los peritajes del médico forense, por otra parte, permitieron descartar incluso la posibilidad de un incesto homosexual y revelaron que lo que había causado la muerte de los mellizos habían sido las drogas (barbitúricos), pero no porque hubieran tomado de manera súbita una gran cantidad, sino porque habían estado tomando grandes cantidades durante un largo periodo y fue cuando dejaron de hacerlo (y sufrieron las convulsiones fatales típicas de la suspensión de barbitúricos) que habían muerto.
No es arriesgado suponer –supone Linda Wolfe— que los dos Marcus sufrieron la misma enfermedad mental al mismo tiempo. Tampoco es necesario preguntarse qué o quién los hizo morir o cuál desilusión. Durante muchos años los hermanos habían sido introvertidos, aislados, suspicaces. En algún momento intensificaron su aislamiento buscando el retiro y el sonambulismo que ofrecen los barbitúricos, y al final optaron por el sonambulismo último de la tumba, o simplemente se volvieron demasiado débiles ante las drogas como para tomar más y resguardarse.
La suya es la historia de un lento arrastrarse hacia la muerte por parte de dos hombres que ya no tenían sino una tenue conexión con la gente… y esa conexión, después de todo, es la vida.
# posted by Federico Campbell @ 2:11 PM 
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